Da: "Nello Margiotta" A: Oggetto: Colombia: analisi di ATTAC Data: sabato 23 febbraio 2002 17.45 Colombia Parece que se han puesto de moda. Primero en Argentina, después en Venezuela, más tarde en Paraguay. Ahora en Colombia, suenan algunos por los lados del Meta. Las razones y el timbre de las cacerolas, son sin embargo distintos en cada lugar. Por Ricardo Arenales En los grandes conciertos de música sinfónica, y en general entre los maestros que ejecutan instrumentos musicales, especialmente de viento, se acostumbra utilizar la sordina para buscar un timbre de sonido especial, mucho más fino y sofisticado. En el caso de las trompetas, es una especie de bola metálica o pieza especial que se introduce por la parte ancha delantera, alterando la sonoridad del instrumento. La habilidad del maestro que ejecuta la pieza musical no evita, en muchos casos, que el instrumento desafine, presentando una mala nota, que en ocasiones da al traste con el concierto. Por eso es importante, en este caso, acertar en la nota precisa, en el tono que se requiere. En la acción política que libran las masas trabajadoras y algunos sectores de opinión, se han puesto de moda los cacerolazos, entendiendo por tales, el ruido de ollas, platones y cacerolas, que en las calles y plazas hacen las gentes reclamando reivindicaciones sociales urgentes y esenciales. Al menos, ese es el origen primario de esta singular protesta. Sin embargo, el compás del ritmo con que se hacen sonar, presenta timbres y motivaciones diferentes en cada lugar. Las notas más armónicas han sonado en Argentina. Tienen un ritmo más hermoso dentro de la acústica que forman los muros que rodean la Plaza de Mayo. Allí son las madres de las víctimas de los desaparecidos y torturados durante los años de la dictadura; los pobres y desempleados, las clases medias hoy arrojadas a la miseria por el modelo neoliberal; los pensionados a los que no llegan sus mesadas, las mujeres y jóvenes de ilusiones frustradas, los que hacen retumbar acompasada y armónicamente las cacerolas. En Argentina además, los cacerolazos se convirtieron en símbolo de una lucha libertaria contra la imposición de un oprobioso modelo económico de desarrollo neoliberal que empobreció al continente entero, que despojó a los trabajadores de ancestrales prerrogativas salariales y prestacionales y arrojó a la pobreza y a la miseria a millones de trabajadores latinoamericanos. En otros países, donde el nivel de la lucha popular no es el mismo, el ejemplo de Argentina se mira como un viento fresco, revitalizador, del que se espera invada al resto de campos y ciudades. Así por ejemplo en Asunción, Paraguay, el pasado 8 de enero miles de trabajadores, hombres y mujeres hicieron sonar estrepitosamente sus ollas y platos frente a la Casa de Gobierno demandando acciones urgentes frente a la crisis, que el gobierno invierta en alimentación, salud, educación o en programas para combatir la pobreza, que afecta al 70 por ciento de la población paraguaya. Esa es la versión que más rima de los cacerolazos. Otra versión es la que adoptaron, en un comienzo muy tímidamente, las señoronas de clase alta, de estratos oligárquicos de la sociedad venezolana, contra las reformas sociales, de corte democrático, que ha comenzado a realizar el presidente Chávez. Las madres de la Plaza de Mayo, en Argentina, caminan por las calles, inundan plazas, se enfrentan a la policía, lloran con los gases lacrimógenos que les disparan los uniformados, pero empuñan banderas redentoras y cantan himnos de lucha y de combate. Las de Caracas no desfilan por las calles. Apenas se quedan en sus lujosos balcones y palacetes y se enardecen ante las cámaras de televisión de la prensa jugosamente financiada por la tajada publicitaria de las grandes empresas capitalistas nacionales y extranjeras. De manera similar, a un gobernador en los Llanos Orientales y al alcalde de Bogotá, les entró el gusanillo de organizar cacerolazos. Un poco a la manera venezolana, entonando consignas de un cierto tufillo reaccionario y de derecha. Los cacerolazas en Colombia son organizados por estamentos oficiales, con movilizaciones en buses pagados por el gobierno, con pancartas hechas en imprentas oficiales y con consignas dictadas desde los altos centros de poder. No es la protesta que brota del sentimiento popular, como en Argentina o Paraguay. La de Colombia en el fondo, pretende canalizar una justa reclamación popular por la paz. Pero no por la paz democrática, con justicia social que reclaman la mayoría de los colombianos, sino una paz humillada y sin democracia. Con los cacerolazos del Meta o de los barrios oligárquicos de Bogotá, se pretende desviar la atención de la opinión pública de la discusión de los verdaderos problemas del pueblo trabajador, que se llaman pleno empleo, reforma urbana, reforma agraria democrática y una equitativa distribución de la riqueza. Como en los grandes conciertos sinfónicos, es inevitable que a veces los instrumentos desentonen. Los que suenan desde los encopetados balcones coloniales, rodeados de jardines de los barrios altos de Caracas, no tienen la misma sonoridad de los que suenan alegres y esperanzadores frente a la Casa Rosada en la Plaza de Mayo. Como tampoco lo tienen, con su aire destemplado, los que ahora ensayan desde carros oficiales ante las cámaras de televisión, el alcalde de Bogotá y el gobernador del Meta. Nello change the world before the world changes you www.peacelink.it/tematiche/latina/latina.htm